Una diáspora de tímidas palabras
emigra hasta tu tierra,
quiere rozar tus adentros,
en un simulacro de amor,
y quieren fingirte una la luna
con forma de paloma
para qué pueda estrecharme en tus besos
debajo del marfil de sus alas
donde nadie nos perciba.
En el crucifijo de tu ombligo
—donde codician mis manos el trigo—
quiero dejar el silencio de mi sangre,
y morir con el fruto seco de mi alma,
en tu tierra,
y renacer con mis raíces
arraigadas a las tuyas.
Porque también sueño
en la potencia de tus ojos,
cruzando los umbrales de mi cuerpo
desnudo y tembloroso de abriles,
tocando el fresco amanecer de tu melena
ahuyentado de pájaros,
con un hondo suspiro, apenas,
que doble los celajes tendidos al viento
en el temblor, en la piel, en tu patria
que tanto ambiciona
en la discreción de mis cadenas
el éxodo de mis manos...
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