Me crucificas en el desespero,
inmóvil de armonía;
nada me redime.
El alma estalla atada.
La vida se corta en un intervalo de piel y de fuego
y en la punta de un cuchillo
todos los martirios
se introducen en mi silencio,
y en la punta de un cuchillo
todos los martirios
se introducen en mi silencio,
es,
la intimidad de tu perfume
que como agua caliente
me recorre hasta lavarme la cordura.
No puedo alegar con mirarte las piernas
o tu cintura apretada de noches,
necesito lloverme de pasión
en la tierra, donde llamas
con tus ojos encendidos
a volcarte el recipiente de mi deseo.
Pero te resistes.
Porque juguete de tu sexo soy
cuando me oprimes en tus labios
y apenas me sustentas con tus panes.
Emerges, empapada de ansias,
ungiendo con la inspiración de tus ojos
la frustración curvada de tocarte.
En tacones, la ansiedad
con un atuendo corto y delictuoso
deliberadamente desata
de la selva sagrada, los potros del alma,
entonces, los segundos se agrietan;
y recorro cada pliego de tu carne
—más sublime que rosada—
entonces, los segundos se agrietan;
y recorro cada pliego de tu carne
—más sublime que rosada—
con los dedos revestidos de gloria.
Tus ojos se vuelven dos pedazos de la luna,
me sientes omnipotente
y se retuerce la primavera de tu desnudez
—tus fuentes se derraman en mi boca—
mientras a una sola lengua
el frenesí se mete en la penumbra de tu piel.
Te despojas.
mientras a una sola lengua
el frenesí se mete en la penumbra de tu piel.
Te despojas.
Porque la voluntad de refugiarme
en el templo de tus piernas
me hace desaparecer
en los claveles que suspiras,
vulnerable
en una emboscada de poesía,
porque la noche nos tiembla
debajo
del río desbordado del deseo...
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