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opuesto al mito urbano

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martes, 19 de agosto de 2014

En el templo de tus piernas

Me crucificas en el desespero, 
inmóvil de armonía;
nada me redime. 

El alma estalla atada.
La vida se corta en un intervalo de piel y de fuego
y en la punta de un cuchillo 
todos los martirios 
se introducen en mi silencio, 
es, 
la intimidad de tu perfume 
que como agua caliente 
me recorre hasta lavarme la cordura. 

No puedo alegar con mirarte las piernas 
o tu cintura apretada de noches, 
necesito lloverme de pasión 
en la tierra, donde llamas 
con tus ojos encendidos 
a volcarte el recipiente de mi deseo.

Pero te resistes.

Porque juguete de tu sexo soy
cuando me oprimes en tus labios
y apenas me sustentas con tus panes.

Emerges, empapada de ansias,
ungiendo con la inspiración de tus ojos
la frustración curvada de tocarte. 

En tacones, la ansiedad 
con un atuendo corto y delictuoso 
deliberadamente desata
de la selva sagrada, los potros del alma,
entonces, los segundos se agrietan; 
y recorro cada pliego de tu carne
—más sublime que rosada—
con los dedos revestidos de gloria.

Tus ojos se vuelven dos pedazos de la luna,
me sientes omnipotente 
y se retuerce la primavera de tu desnudez
—tus fuentes se derraman en mi boca—
mientras a una sola lengua 
el frenesí se mete en la penumbra de tu piel. 

Te despojas. 

Porque la voluntad de refugiarme 
en el templo de tus piernas  
me hace desaparecer 
en los claveles que suspiras, 
vulnerable 
en una emboscada de poesía,
porque la noche nos tiembla 
debajo 
del río desbordado del deseo... 

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