Enmudecida de pinceles, ella
extrajo de mi rostro bulevares,
callejas olvidadas de azahares
y el rubor apagado de una estrella.
Mezclaba con la luz de su paleta
los músculos desnudos de mi canto,
y con el carmesí de su amaranto
la boca formidable de un poeta.
El húmedo geranio de sus dedos
cruzó la geografía de mi abismo
exenta en un instante de sus credos;
pintábame con sumo paroxismo:
liberto de la cárcel de mis miedos
¡ la imagen que ignoraba de mímismo!
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